sábado, 5 de agosto de 2017

Notas de instante



Hay veces, pues,  nos encontramos con los días en lugares distintos. Amanece, entre tanto, y despertamos en una ciudad extraña, a veces enorme, retorcida, somos por un momento aquel naufragio, donde la ausencia de todo se acentúa. Se extraña, entonces, los detalles más tranquilos del hogar: los sueños quedan en una almohada ajena, los rayos del sol se desgajan por otros lugares y el piso que, acostumbrado a pasos extraños, devuelve sensaciones distintas. Cada gesto es diferente. Hay ciudades que, por su división puesta de forma precisa, poseen un mar  cuyas orillas esperan, noche a noche,  el olvido que arrastra la marea. Se escucha, desde las calles, voces con otros acentos que apalabran el mundo y fabrican la vida, muchos de ellos,  con una perfecta armonía de colores y formas. Se vive aquí, por lo general, regidos por una simplicidad, despreocupados del orden establecido del mundo, en un revoltijo de perplejidades que las palabras que llevamos se quiebran en las comisuras de los labios. Hay ciudades, en cambio, que acorralan con una extraña naturaleza, que empujan con su instinto, que devoran con sus yemas tibias, por lo menos, en una oscuridad con olores a oxido. Cada ciudad tiene su apariencia: una costra de cemento que endurece mientras caminamos.    

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