domingo, 2 de abril de 2017

Retornos


A veces es extraño lo que sucede en este pueblo: en las noches, aquí y allá, las estrellas escupen fuego en los ojos de las ancianas que, entre casas de esterilla, encienden los fogones noche a noche para tibiar la soledad. Los habitantes parecen extenuados, ojerosos, bajo un sol que crece con gestos que no expresan, siquiera, el cansancio de los días. De pronto, en aquellos días de sol y polvo en las calles, los hombres perdieron la voz.

Una mañana, una polvareda blanca se concentró en la garganta de todos los habitantes, llevándolos uno a uno, a cargar sigilo en las gargantas. Era como tener algo que contar, pero no encontrar la forma de contarlo. Entonces,  Antonio, de súbito quiso contar sus recuerdos: dibujó en el viento  la palabra que pensaba. Dibujó, pues, la palabra lluvia, como llenando el silencio con una voz invisible. Repentinamente, una leve llovizna se asomaba de las montañas. Sonaba, nacida de lo blanco, la lluvia rodando por el polvo. Sorprendidas, las gentes del pueblo, asomaban los rostros por las ventanas, puestos así, en una secuencia de danza. Y es, en ese momento, que piensa la palabra música, aunque esta vez, en verdad, el viento sonaba como dos pianos bajo un mismo compás. Así, habiendo trocado los lenguajes de los vientos, Antonio a falta de voz, pobló el pueblo de recuerdos reales, pues la imagen, ante todo, reanima el pensamiento. 




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Déjanos saber qué opinas del articulo.