domingo, 9 de julio de 2017

Del ritmo y la música en la escritura


En la escritura, efectivamente, el ritmo no puede estar separado, aislado; al contrario, todo está inmerso en el texto, en el poema. Separarlo es producir una fractura en la obra. Cada obra es, desde luego, una armonía, una partitura que se interpreta a un tiempo propio. Hanslick escribió que la música es una lengua que podemos usar y entender. Las palabras son un instrumento –artefacto cotidiano—que está en nosotros de forma constante: nos revelan y nos destruyen; están presentes como el abandono del asombro en los niños. A veces, pues, no se conoce las claves, las armaduras, las formulas de un compás dentro de un pentagrama; sucede, tambien que, desconocemos las lineas, el trazo, los colores dentro de una pintura. Pero, al contrario de esto, si se conocen las palabras. Son ellas, aparentemente, el lenguaje común del hombre. En la palabra “Casa” explicamos que es un lugar para habitar. Conocemos su definición, cómo está construida, pero en el hecho poético existe una transgresión de las palabras como lo hace Miguel Hernández con su poema Todas las casas son ojos. Cada palabra, leve y danzante, busca su interprete: ambos en este encuentro, desconcertados y tímidos, reencarnan todo un mundo pasado que se construyó a pedazos.   

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Sostiene, entonces, Borges: “La melodía, o cualquier pieza musical, es una estructura de sonidos y pausas que se desarrolla en el tiempo, una estructura que, a mi parecer, no puede dividirse. La melodía es la estructura, y a la vez las emociones de las surgió las emociones que suscita.” Las palabras se juntan, son caprichosas: toda frase es una búsqueda de palabras y en ellas una búsqueda de música. Los vocablos, uno a uno, se unen bajo el tiempo de un redoble de tambor, con un pronunciamiento, una intesidad, con un tiempo perfecto, donde todo resulta encajado. El silencio, justamente, abstrae más silencio, como la música lleva a la música, como una imagen suscita otra imagen. El ritmo influye y domina la arquictectura de la escritura, conmueve, entrañablemente apacigua todas las criaturas que nos habitan. La escritura —dice Octavio Paz—es un conjunto de frases, un orden verbal, fundado en el ritmo.

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