Ante dos soles
cercanos, Armenia, como un rostro que inspira una simpatía instantánea, acoge
Ciudad Región. Seis artistas plásticos de Armenia, Pereira, Manizales, por
estos días exhiben en la Galería de Arte libre en la Plazoleta Centenario 26
obras, cuyos temas representan cada lugar.
El arte, semejante a las lejanías, nos remedia de la cercanía. La
contemplación, caza de sensibilidades, nos permite que, poco a poco, el corazón
rebose matices y tonos. El buen arte, mezcla de trazos puestos en su sitio,
agita las cuerdas, una a una, del poema que la ciudad construye; se alza ante
los ojos como el árbol que crece en los sueños.
A veces, una exposición
al viento, enlaza el hilo de la ciudad: el hilo púrpura, donde las regiones,
casi olvidadas, concilian el recuerdo, se prolongan en un conjunto de colores,
sin perder el ritmo, redondos y elásticos, que arrastra. Las plazas, esas
plazas bordeadas de almendros, donde en instantes uno recuerda lo que nunca ha
pasado. Lugares donde el sol, ardiendo, siempre es el mismo de todos los
domingos; lugares que, unidos a un boceto, despierta en nosotros secretas
sensibilidades. Es por esa misma naturaleza que, en el terreno de lo cotidiano,
realidad sobre realidad, el arte se encuentra con su otro rostro. Años atrás,
Beethoven salía por los campos a caminar con una libreta y un bolígrafo.
Asombrados, los vecinos se detenían a observarlo. Veían cómo levantaba sus
manos, como dirigiendo una orquesta que sólo en él habitaba. Seguidamente,
anotaba en su libreta: negra y blanca, corcheas y silencios. Así, en cortas
caminatas, filtraba su música, hasta llegar a vientos más transparentes. Es
pues, el arte un relámpago que escribe con fuego sobre un negro tapiz, cien
ecos que la realidad esconde.
Línea a línea, Ricardo
Muñoz Izquierdo, uno de los artistas invitados, abarca, como entre varios
espejos en una ciudad, una observación atenta; considérese que, la precisión
del grafito, detalles en cada rostro sigilosamente puestos, contrastan la
armonía, la blancura, el cielo del papel. Lo
hice por amor, agita y revuelve imaginación, a un ritmo sanguíneo, cada
dibujo despliega una cotidianidad: manos inconclusas que buscan, de un modo
valiente, el tiempo que han perdido. Personajes de cara redonda, cabellos
enmarañados, pierden sus ojos, y entre la lluvia de trazos, los vemos cómo se
ocultan en las páginas. Ana María Guevara, artista de fino detalle, por las
obras de su exposición, lleva visiones naturales al papel, a través de una
perfección que logra con técnicas de la plumilla. Deslumbra el sentido de su creación, creciendo
por la escala del negro, por la transgresión de las formas. Camilo Barreneche,
en peregrinación hacia el caos, retracta la cotidianidad, lejos de una
estética, con formas simples revela un lenguaje conceptual, de una manera tan
curiosa, que los ojos a veces se tornan hacia dentro. Con Textimonio, Yuliana
Moreno, dibuja a tijeretazos: recorta, cose, desahoga los sentimientos humanos;
descubre en los retazos, uno a uno, recuerdos que va uniendo hasta formar una
concha semejante a la vida. Carlos Augusto González y Wallace, al igual que Paul
Strand, habitan la fotografía. En cuanto
a Augusto González, su lente retrata, bajo una precisión de luz y sombra, el
hombre, cuya silueta nos devuelve el lado humano que perdemos. La aventura,
entregada al ojo de Wallace bajo una sensibilidad que asombra, nos recrea
lugares que, la realidad como un fuego secreto nos sitúa en las manos y su luz,
apagada después, en su cámara vuelve a animarse para llegar a nosotros.
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