sábado, 22 de agosto de 2015

La búsqueda de un sol




Ante dos soles cercanos, Armenia, como un rostro que inspira una simpatía instantánea, acoge Ciudad Región. Seis artistas plásticos de Armenia, Pereira, Manizales, por estos días exhiben en la Galería de Arte libre en la Plazoleta Centenario 26 obras, cuyos temas representan cada lugar.  El arte, semejante a las lejanías, nos remedia de la cercanía. La contemplación, caza de sensibilidades, nos permite que, poco a poco, el corazón rebose matices y tonos. El buen arte, mezcla de trazos puestos en su sitio, agita las cuerdas, una a una, del poema que la ciudad construye; se alza ante los ojos como el árbol que crece en los sueños.

A veces, una exposición al viento, enlaza el hilo de la ciudad: el hilo púrpura, donde las regiones, casi olvidadas, concilian el recuerdo, se prolongan en un conjunto de colores, sin perder el ritmo, redondos y elásticos, que arrastra. Las plazas, esas plazas bordeadas de almendros, donde en instantes uno recuerda lo que nunca ha pasado. Lugares donde el sol, ardiendo, siempre es el mismo de todos los domingos; lugares que, unidos a un boceto, despierta en nosotros secretas sensibilidades. Es por esa misma naturaleza que, en el terreno de lo cotidiano, realidad sobre realidad, el arte se encuentra con su otro rostro. Años atrás, Beethoven salía por los campos a caminar con una libreta y un bolígrafo. Asombrados, los vecinos se detenían a observarlo. Veían cómo levantaba sus manos, como dirigiendo una orquesta que sólo en él habitaba. Seguidamente, anotaba en su libreta: negra y blanca, corcheas y silencios. Así, en cortas caminatas, filtraba su música, hasta llegar a vientos más transparentes. Es pues, el arte un relámpago que escribe con fuego sobre un negro tapiz, cien ecos que la realidad esconde.

Línea a línea, Ricardo Muñoz Izquierdo, uno de los artistas invitados, abarca, como entre varios espejos en una ciudad, una observación atenta; considérese que, la precisión del grafito, detalles en cada rostro sigilosamente puestos, contrastan la armonía, la blancura, el cielo del papel. Lo hice por amor, agita y revuelve imaginación, a un ritmo sanguíneo, cada dibujo despliega una cotidianidad: manos inconclusas que buscan, de un modo valiente, el tiempo que han perdido. Personajes de cara redonda, cabellos enmarañados, pierden sus ojos, y entre la lluvia de trazos, los vemos cómo se ocultan en las páginas. Ana María Guevara, artista de fino detalle, por las obras de su exposición, lleva visiones naturales al papel, a través de una perfección que logra con técnicas de la plumilla.  Deslumbra el sentido de su creación, creciendo por la escala del negro, por la transgresión de las formas. Camilo Barreneche, en peregrinación hacia el caos, retracta la cotidianidad, lejos de una estética, con formas simples revela un lenguaje conceptual, de una manera tan curiosa, que los ojos a veces se tornan hacia dentro. Con Textimonio, Yuliana Moreno, dibuja a tijeretazos: recorta, cose, desahoga los sentimientos humanos; descubre en los retazos, uno a uno, recuerdos que va uniendo hasta formar una concha semejante a la vida. Carlos Augusto González y Wallace, al igual que Paul Strand, habitan la fotografía.  En cuanto a Augusto González, su lente retrata, bajo una precisión de luz y sombra, el hombre, cuya silueta nos devuelve el lado humano que perdemos. La aventura, entregada al ojo de Wallace bajo una sensibilidad que asombra, nos recrea lugares que, la realidad como un fuego secreto nos sitúa en las manos y su luz, apagada después, en su cámara vuelve a animarse para llegar a nosotros. 

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