martes, 25 de diciembre de 2018

Días


Despertar, después de dejar las estrellas en su sitio, en una ciudad extraña es, en efecto, inventar con pocas lineas un universo. La sensación de extrañeza por los lugares  revive paisajes, rostros, momentos. Anoche, arribando pensaba que las experiencias no se repiten, sino que se van sumando unas a otras hasta dejar una expresión de forastero. A veces, por diversas razones, la mejor forma de conocer una ciudad es perderse por sus calles, como quien busca algo que no regresa. Aquí el sol resplandece desde temprano: una mancha de colores lame los rascacielos. Y la ciudad, como animal derrotado, se entrega a la mansedumbre del tiempo. En las primeras horas, hombres y mujeres, atraviesan trotando la calle. De pronto, sin vacilar, se pierden por una avenida que rompe el horizonte conteniendo una fluidez, casi de reloj. Mientras la ciudad se desfigura pienso, en estos momentos, en los paisajes áridos de Cómala. Rulfo y tantas palabras silenciadas como un espejo que copia formas y calla. En este lugar, de un ritmo atropellado, guardo tantas pasiones encaradas, que este empeño por fustigarlas me quedará incompleto. Anoche, vale decir, de camino al hotel conversaba con una de las personas que me recibió. Me contó, por un momento, de las grandes librerías de usados que hay en el centro de la ciudad. Lugar que, sin duda alguna,  quiero descubrir caída la tarde. Por el momento, con una fascinación intacta, escucho a Brahms en esta esta mañana y sospecho que hoy me suena diferente que ayer. 

C. M

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