Es el centro del mundo —escribe
Octavio Paz— cada cuarto. Los cuartos, sorpresivamente, se van
convirtiendo en las estancias donde la vida y su materia se inventan. Recuerdo,
esta vez, una película. La habitación, es su nombre. Allí, a simples rasgos,
una madre que padece de un encierro da a luz a un niño. El cuarto, al cabo de
los días, se convierte en el universo para el niño. Afuera, más allá de las
paredes, se dilata otro mundo, pero en él estará el mundo que su madre le
entregó con tan poco. Mejor dicho, sobrevive el mundo que se entrega con ese
fervor que solo el corazón implanta. He pasado dos noches en un cuarto, cuyos
grandes ventanales, apenas contienen una parte de la ciudad. Durante la noche,
mientras los ojos se llenan de imágenes curtidas, algunas luces se extinguen
como estrellas viejas. Ayer, en la tarde, recorrí el Centro de la ciudad. Bajo
los rascacielos, bajo el techo de los quioscos, pensé en las calles como un
laberinto que esconde un pasado enemigo de los hombres, porque aquí la sangre
también ha sido silenciada. La tarde era calurosa, enorme. Las calles se
extendían sin esfuerzo por la amplitud del espacio. Llegamos, así, a Cafebrería
El Péndulo después de caminar por la Avenida la Revolución. Una música de cámara
venía de adentro. Entrar allí, sin duda alguna, es ser testigo de una aventura
que solo costean los libros. Una vez adentro la música chorrea por todas
partes, como si saliera de nosotros. Es imposible contenerlo todo en los ojos.
Esta sensación la tuve meses atrás, en el Centro de Bogotá, cuando entré a
Merlín. Es una sensación delirante, con un ahínco inabarcable. Después de ojear
ante un infinito, encontré la Obra poética de Eduardo Mitre editada por
Pre-Textos. La llevo bajo el brazo mientras la búsqueda continua. Aparece,
entre una pila de autores mexicanos, Trayectoria de Goethe de Alfonso
Reyes. La sostengo junto al anterior.
Pregunto a uno de los libreros por Cartucho, de Nellie
Campobello. Me cuenta que el Fondo de Cultura la editó en una obra completa,
pero que, por algunos meses no ha vuelto a llegar. Voy al piso continuo donde
funciona como café. Tomo un tamarindo mientras leo afiches publicitarios de los
últimos días. Días atrás hubo un desayuno musical con un grupo que parece
versátil con la música por el juego de sus instrumentos. La gente iba y venía.
Por momentos miraba hacia los lados y recordaba, con imágenes entrecortadas, la
Biblioteca de Babel de Borges. Todo parecía tan indefinido, tan infinito, que
fielmente pensé que este corazón lo sostuvieran los sueños.
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